lunes, 31 de mayo de 2010

La condición del camino


El camino tiene una sola condición”, escribo en mi cabeza mientras manejo: “el final”; y prosigo mi pensamiento en la marea del autopista... Si supiéramos siempre la dirección exacta a donde nos dirigimos, este razonamiento sería vácuo, sin habla, ciego, sordomudo, sin-sentido. O capaz exagero, pero no es el punto de la discusión. Sin embargo, en algunas claras y eficaces oportunidades -objetivamente demostrables, como dirían nuestros rígidos y expeditivos amigos gringos- creemos creer la dirección exacta. (Creer-creer debería ser otro verbo conjugable). Es decir, tenemos la certeza de qué algo está allí esperándonos en ese preciso lugar y no otro. Por lo tanto, mi condición implica una certeza inevitable, que no necesariamente sea verificable, pero sí cierta, como los cristianos tienen Fe en Dios.

¿Quién nació primero: la Fe o la razón, cuál de las dos sugirió primero la eliminación del otro; quién las unió en sagrado matriminio, quién fue más hereje: Santo Tomás, Nietche, House? La certeza inevitable es y no al mismo tiempo, como Hamlet, que nunca fue y fue siempre. No se puede tener certezas-inevitables, aunque muchas veces existan. El tiempo no entiende de tiempos, no viaja nunca al futuro, no mira sus goles, no se enamora, no se detiene a mirar lo que ya pasó, no charla con amigos, no escribe oraciones largas ni cortas, no toma mate ni dulce ni amargo, no tiene club de fútbol . Pero... su dolor es tan profundo que prefiere callarlo, dejarlo en el anonimato del universo -o a lo sumo decirle Cronos, con aires de erudito solitario- y fingir ser inmortal...


Se me ocurrió en la autopista, cuando volvía de trabajar. Hoy, son esos días en nada te molesta. Sentimos que nadamos como delfines por medio de los carriles. ¡La extensión de asfalto es igual en todas partes del mundo! ¡Todas las autopistas son autopistas! Pero cuando uno conoce el camino, los atajos son como el océano, como las orcas, como la marea más tierna de la tarde. O bien, su opuesto, cuando las direcciones son hostíles y desconocidas, como el encuentro íntimo con uno mismo cuando caemos derrotados por la ola hacia el fondo del mar.


El final es el camino, pero nunca al revés. El rumbo está en el devenir de las cosas...


Juan sin Tierra



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