martes, 1 de junio de 2010

La condición de los pies

La memoria de los pies es tan contumbrista como la memoria de las manos. Es así, están acostumbradas a estarlo. Son por constumbre, mucho antes que cualquier otra cosa. Aprenden de memoria sin querer, y repiten sus palabras de la misma manera cada vez. A decir verdad, creo que todas las memorias son así de emotivas. Claro, usted dirá: “¿qué tiene que ver la costumbre con la emoción?”, y no lo culpo, pero le respondo: la escencia de la costumbre -me refiero a su razón íntima de ser- se basa en la sensación de bienestar ante esa repetición inconsciente de determinados comportamientos. Es decir, que la costumbre es una emoción.

Ahora bien, ¿porqué juzgar al instinto, porqué culparlo de nuestros actos? “Disculpe señorita, no quise tocarle el culo, pero es demasiado lindo como para que mi instinto le ordene a mi mano no-hacerlo”. El viejo truco de “ella me dio el beso a mí”. La disociación es tan profunda, que la negación adquiere la misma inercia costumbrista que nuestras memorias. ¡Pero atención! La negación se concreta; por lo tanto, el individuo olvida que alguna vez olvidó una previa negación. O sin dar vueltas y en términos de moraleja: “lo que se niega se cree”. ¿Todo lo que se niega se cree? Claro que no, pero en ese caso ya noe estaríamos hablando de negación. Por eso, siempre es mejor un espejo en el pecho que cien volando... la condición de los pies -apalusos-, es que estén en el suelo.

Juan sin Tierra

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